
Día 6. De Piedras Negras a Boca del Cerro
Tiempo de navegación: 8 horas
Muy temprano iniciamos nuestro recorrido por la selva hacia la entrada principal de Piedras Negras, por un sendero casi imperceptible rodeado de hongos, bejucos, orquídeas, árboles de látex y de chicle. Nos acompañaba un grupo de conservacionistas, miembros de la milicia y arqueólogos guatemaltecos dedicados a proteger esta parte de la selva, conocida como la Selva del Lacandón. Entre otras especies, pudimos ver a las manadas de saraguatos y de monos araña, quienes nunca se mezclan entre sí. Eso sí, unos y otros se dedicaron a lanzarnos frutos, ramas y todo lo que tenían a la mano con tal de ahuyentarnos de su territorio. Tras caminar cuatro kilómetros, para deleite de insectos y mosquitos, llegamos agotados a las primeras estelas que guarda la ciudad, armados hasta los dientes con tripiés, cámaras y equipo de repuesto.
Tiempo de navegación: 8 horas
Muy temprano iniciamos nuestro recorrido por la selva hacia la entrada principal de Piedras Negras, por un sendero casi imperceptible rodeado de hongos, bejucos, orquídeas, árboles de látex y de chicle. Nos acompañaba un grupo de conservacionistas, miembros de la milicia y arqueólogos guatemaltecos dedicados a proteger esta parte de la selva, conocida como la Selva del Lacandón. Entre otras especies, pudimos ver a las manadas de saraguatos y de monos araña, quienes nunca se mezclan entre sí. Eso sí, unos y otros se dedicaron a lanzarnos frutos, ramas y todo lo que tenían a la mano con tal de ahuyentarnos de su territorio. Tras caminar cuatro kilómetros, para deleite de insectos y mosquitos, llegamos agotados a las primeras estelas que guarda la ciudad, armados hasta los dientes con tripiés, cámaras y equipo de repuesto.
Al mirar a lo lejos las maravillosas estructuras, colonizadas y vencidas por las enormes raíces de los árboles, sentimos la intensa emoción que debieron haber sentido los exploradores del siglo xix cuando lucharon con la selva para sacar de sus fauces los últimos vestigios del mundo prehispánico. Recorrimos los Palacios del Rey y de la Reina, además del Baño del Temazcal, que está prácticamente intacto, y nos divertimos tomando fotografías bajo la sombra de los árboles de chicle, antes de emprender el largo camino de regreso al campamento. Mientras tanto, el Usumacinta nos esperaba con las impresionantes cascadas de Busilhá y nos preparaba otra sesión de remolinos y rápidos (uno, incluso, clase 4).

Nuestro cayuco maya nos dejó asombrados, pues respondió muy bien, desafiando las predicciones del experto en canotaje, quien dudaba que éste pudiera resistir tanta intensidad. Subió y bajó las olas, pasó por hoyos, chocó con unas piedras (fuera de algunas astillas expelidas al aire, salió ileso), cayó de lado y se inundó bastante, pero con todo y todo, salió a flote, se secó con el sol y nos demostró lo ingeniosos que eran los antiguos mayas.
Cansados de tanta adrenalina, asoleados y algo deshidratados (pero felices), seguimos navegando río abajo hasta salir del Cañón de San José, en donde encontraríamos nuestro destino: Boca del Cerro, Tabasco. Allí el cayuco dejaría el río (no por mucho tiempo, esperamos), y nosotros nos despediríamos, llevando en los oídos, en las curtidas manos y en la memoria, las sencillas enseñanzas del río: ése antiguo sabio, siempre el mismo y siempre cambiante… una inagotable fuente de desafíos.
Cansados de tanta adrenalina, asoleados y algo deshidratados (pero felices), seguimos navegando río abajo hasta salir del Cañón de San José, en donde encontraríamos nuestro destino: Boca del Cerro, Tabasco. Allí el cayuco dejaría el río (no por mucho tiempo, esperamos), y nosotros nos despediríamos, llevando en los oídos, en las curtidas manos y en la memoria, las sencillas enseñanzas del río: ése antiguo sabio, siempre el mismo y siempre cambiante… una inagotable fuente de desafíos.
1 comentario:
Me llamo mucho la atencion de su blog, estoy interesado en practicar ese tipo de deportes por lo que tratare de leerlos seguido. Saludos.
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