Día 3: De Quiringüicharo a Frontera Corozal, por los ríos Lacantún y Usumacinta
Tiempo de navegación: 8 horas
Tiempo de navegación: 8 horas
Después de una noche emocionante, en la que el aullido de los monos saraguatos y el croar de los sapos insistían en no dejarnos dormir, alistamos las embarcaciones para continuar con el recorrido. Avanzamos río abajo por el Lacantún, pasando por zonas poco profundas en las que tuvimos que amarrar las balsas y el cayuco para desplazarnos con tan sólo el motor del catamarán. Éste, en consecuencia, ¡se carbonizó! Pero el susto duró poco, pues gracias a la pericia de nuestros expedicionarios y kayakistas, pudimos arreglarlo rápidamente y seguimos río abajo.
Íbamos admirando la majestuosidad de las ceibas (árbol sagrado de los mayas) en las riberas del río cuando, inesperadamente, nos encontramos con una zona arqueológica inexplorada y celosamente aprisionada por la selva, que en algunos mapas aparece identificada como Lacantún. Pudimos detenernos a admirar la parte este de la zona, localmente conocida como El Planchón, una especie de laja de piedra junto al río en la que pueden apreciarse sencillos petroglifos de animales, soles y otros motivos naturales.
Poco después llegamos a la confluencia de los ríos Lacantún y Usumacinta. La navegación en esta desembocadura fue más fácil de lo que esperábamos, aunque nos topamos con algunas zonas de rocas en las que tuvimos que soltar las balsas y remar con mucha cautela. Sin embargo, la recompensa fue magnífica, pues del lado guatemalteco encontramos unas cascadas que forman pequeñas pozas naturales totalmente vírgenes. Como es de imaginarse, estuvimos felices un buen rato saltando de las rocas al Usumacinta y refrescándonos del húmedo calor.
Pocos kilómetros más adelante, el paisaje cambió drásticamente. Las paredes del río fueron haciéndose más y más altas, dando lugar a impresionantes cañones, lo que nos permitió admirar el atardecer ¡más de cuatro veces! a medida que el río subía y bajaba, zigzagueando y bailando con las paredes de roca. Como se nos iba la luz, decidimos amarrar las lanchas entre sí y proseguir con ayuda del catamarán.

Por desgracia, el motor se descompuso de nuevo, esta vez irremediablemente, y fuimos sintiendo cómo la oscuridad envolvía la selva, el río y a nosotros mismos, hasta dejarnos sumidos en un negrísimo abismo. Pasamos por momentos de angustia, pues nos resultaba imposible ver por dónde íbamos, pero decidimos seguir remando río abajo hacia Frontera Corozal o cuando menos hasta Bethel, en Guatemala. Navegamos prácticamente con el olfato y el oído, temiendo que en cualquier momento pudiéramos chocar contra rocas o troncos, lo que hubiera sido desastroso para el cayuco. Por fortuna, después de varias horas de tensión, vimos a la distancia las luces de Frontera Corozal, y respiramos con alivio. Allí nos abastecimos principalmente de hielo, fruta y verdura, y aprovechamos para cargar las baterías de nuestras cámaras de foto.
1 comentario:
hola los lugares que muestran en este diario desconocido son increible me gustari que me dieran informacio de como yeguar es increibes
saludos
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